"Carnivàle es la historia de un circo ambulante y los habitantes de su pequeño universo, y paralelamente, también, la de dos hermanos, Justin e Iris, fieles a los mandatos del señor. El hambre, pobreza, mortalidad y religión son los protagonistas secundarios de este enfrentamiento entre el bien y el mal, en ese marco temporal, en el que los habitantes de la Norteamérica más profunda (aquella que recorre el circo ambulante) deambulan en la más absoluta miseria y que parece idóneo para que este levantamiento de proporciones bíblicas transcurra medianamente desapercibido a ojos de la sociedad.
Con un ritmo pausado y una narración “in crescendo”,
“Carnivàle” se muestra hipnótica ante el espectador. Su maravilloso diseño de producción, rodado casi en su totalidad en exteriores (y que llevaron a la serie a su cancelación), sus personajes, estupendamente escritos y descritos por unos guiones inmejorables, la música de
Jeff Beal, así como algunos de los nombres que figuran en la realización de determinados capítulos;
Rodrigo García (“Nueve vidas”, “Cosas que diría con solo mirarla”),
Todd Field (“En la habitación”, “Little Children”) o
Peter Medak (“Al final de la escalera”) hacen de “Carnivàle” una serie de altísima calidad, algo que ya se desprende tan solo viendo sus títulos iniciales.
Es imposible no ceder ante la perfección técnica y artística a la que rayan ciertos episodios y que en su segunda temporada alcanzan cotas inimaginables de suspense e interés. La quietud de muchos capítulos contrasta con esa atmósfera de temor y turbación que sobrevuela en toda la serie. “Carnivàle” es sucesora del universo de David Lynch (Michael J.Anderson, actor habitual de Lynch, es aquí el enano Samson, motor del circo y personaje con mayúsculas), del cine de Todd Browning y en concreto de su “Freaks, la parada de los monstruos”, y me atrevería a decir que en sus pasajes más clásicos al cine de John Ford.
Al mismo tiempo
“Carnivàle” se muestra como una de las obras audiovisuales más certeras sobre la Depresión Americana, no envidiando en absoluto a “Luna de papel” de Bogdanovich o “Las uvas de la ira” del ya citado Ford, y es que entre el descubrimiento de dos seres dotados de un don especial para su utilización positiva o negativa,
“Carnivàle” es una radiografía de aquel doloroso momento. Las canciones populares de entonces, la importancia de la radio por encima de otros medios de difusión, el béisbol, los intereses políticos, la fe en la iglesia, por supuesto, la crisis económica (desarrollada principalmente en la familia de las bailarinas de striptease del circo), el cine, el sexo y el circo como medio de evasión.
En cuanto al apartado interpretativo, el casting y sus sucesivas interpretaciones demuestran el extremo cuidado con el que se ha tratado la serie. Desde Samsom, el jefe enano del circo con una personalidad tan grande como pequeña es su estatura, pasando por
Ben Hawkins (un nombre para la historia de la televisión), encarnado por Nick Stahl,
Adrianne Barbeau, la encantadora de serpientes (durante muchos años esposa y actriz de John Carpenter),
Jonesy, (Tim DeKay) atormentado ex-jugador de béisbol,
Clea Duvall encarnando a la insegura
Sofie y sobre todo, la pareja de hermanos formada por
Amy Madigan (esposa en la vida real de Ed Harris) como
Iris, y
Clancy Brown (el malvado jefe de prisiones de “Cadena Perpetua”), inconmensurable como el
Hermano Justin, con su potente voz al servicio de monólogos y discursos apocalípticos y con una dualidad en su persona aterradora.
Planteada, a priori, como una serie de 6 temporadas, el enorme presupuesto que requería “Carnivàle”, rodada en exteriores, y de impecable factura técnica, unido al descenso de espectadores en su segunda temporada, allá por 2005, llevaron a la HBO a la cancelación prematura de la serie, sin apenas margen de maniobra. Por ese motivo, “Carnivàle” acaba con la historia principal consumada pero con una subtrama abierta o inconclusa, que daría para una tercera y cuarta temporada, aunque no por ello, insatisfactoria.
Drama y fantástico van de la mano en “Carnivàle” que sin duda, es una de las series más excelentes que se hayan podido ver en la pequeña pantalla además de la más cinematográfica de todas. Una serie que no busca el efectismo fácil ni tiene prisa por complacer al espectador. Una serie calmada gracias a su guión atento y tranquilo, que va paso a paso desarrollando una historia realista, terrible, desoladora y genial. Una serie imprescindible." El séptimo Cielo