infant vampire y this impermanent gold, como christina carter, bruce langhorne y the dead texan en uno
foto: xiaopeng yuan
¿L'enfant terrible?
Llegué a Gaspar Noé hace unos años a través de “Irreversible”, sin duda alguna la bofetada cinematográfica más contundente que he recibido en mi vida. El domingo pasado me enfrentaba a su última película “Enter the void” con precaución, no sabía de ella nada más que era de Noé y que duraba 2 horas y media, y eso dicho así en la misma frase es como para echarse a temblar. Busqué el día y me tumbé en el sillón a intentarlo, conseguí ver la primera hora y media pero tuve que dejar el resto para el día siguiente (la angustia dominical no ayuda), recuerdo que durante el visionado me llamó Luis y le dije que el cine de Noé es lo más extremo a lo que me he enfrentado nunca. El diccionario define extremo, dicho de una cosa, que está en su grado más intenso, elevado o activo. Excesivo, sumo o exagerado. Eso es el cine de Noé.
Al día siguiente terminé la película y me fui para la cama con doscientas mil cosas dándome vueltas en la cabeza, eso también es el cine de Noé, pocas veces uno se enfrenta a "algo" capaz de dejar una ensalada de conclusiones tan tan TAN. El caso es que entré en modo Noé, como el protagonista de “Enter the void” con el DMT, quería más, así que me fui al principio de su filmografía y llegué a “Seul contre tous”, y de ahí a “Carne”, "Tintarella di luna", “Intoxication”, "Pulpe amère", “Destricted”, “Una expérience d'hypnose télévisuelle”, “Sodomites” o “Eva”, y dejé para el final “Irreversible”. Puede sonar incluso masoquista volver a una película así, pero tras la regresión entendí mucho mejor el pulso que Noé me ofrece como espectador necesitado, o no, de grandes impactos, que no fuegos artificiales.
Para empezar Noé no es un tipo hipócrita, podría pecar de filmar lo que piensa y no pensar lo que filma pero dejaría de ser atrevido, o valiente, y por lo general es infinitamente más sano optar por lo primero, hablando de cine o simplemente hablando, que por lo segundo. Sus películas no son fuertes, son dramáticas en toda la extensión de la palabra, sin conservantes ni colorantes, algo que deja bien claro desde el primer minuto de metraje, y eso, créanme, es de agradecer. Incluso en “Seul contre tous” cubre la pantalla con una cuenta regresiva a veinte minutos del final alertando al público para abandonar la sala antes de tiempo, aún sabiendo que dicho aviso lejos de resultar disuasivo es un cebo para seguir pegado a la butaca porque en el fondo somos mucho más inmorales de lo que suponemos porque sí condenamos fuera lo que permitimos dentro. De hecho en una entrevista comentaba que si ibas a hacer una película exigente para la audiencia mejor mostrar esa exigencia desde el principio, ponía de ejemplo a Buñuel en “Un chien andalou” y la famosa escena del ojo, ¡¡¡y en el año 1929!!!, sin embargo tanto a Buñuel como a Dalí los veneramos como figuras totémicas. Escandalizarse en el siglo XXI es cuando menos para hacérselo mirar, sobre todo cuando los telediarios o periódicos de hoy en día abren sus titulares con violaciones, cursos de prostitución, corrupción en todas sus vertientes, masacres naturales, civiles o militares a inocentes, maltrato animal y demás lindezas mientras cortamos un filete o mojamos una magdalena en un café y nuestra mente sólo responde a esos estímulos con un “qué mal va el mundo”. Si Noé fuese ese bárbaro inmoral como muchos le han tildado, dejaría en “Irreversible” la violación para el final y saldrías del cine hecho trizas. Pero no, el hecho de alterar desenlace y presentación despeja la ira a medias. Y digo a medias porque Noé es un tipo además de muy inteligente, muy gamberro, y lo más perturbador de “Irreversible” no son los diez minutos de violación ni los primeros veinte minutos en el Rectum con frecuencias sonoras a 27 hz para aturdirte o angustiarte más, si cabe, con ese baile de cámara tan claustrofóbico. Digo a medias porque lo realmente perturbador es que la película termina y mi sed de sangre no se ve colmada porque el tipo que sufre los golpes del extintor no es el responsable de la violación, es decir, el malo no muere. Y más perturbador me resulta cuestionar que la audiencia en general, y yo en particular, podríamos ser esa silueta humana que se adivina al final del túnel en mitad de la violación y da la vuelta sin hacer nada por evitarlo.
Veamos, Noé hace cine, no hace documentales. ¡¡¡Todo es mentira!!! Explíquenme por favor como podemos escandalizarnos más con la ficción que con la realidad. Debería recordarle a esas 200 personas que abandonaron la proyección de “Irreversible” en Cannes, las que se desmayaron, vomitaron o las que necesitaron oxígeno para digerir la violación en tiempo real que el único acto atroz con consecuencias terminales filmado por Noé es el degollamiento del caballo que aparece en “Carne”, pero claro, eso es un caballo y es un “animal”, qué más da dirán muchos, todos somos animales diré yo, ¿o acaso tú eres un vegetal o un mineral? En este punto sería muy recomendable invitar a la audiencia sensible e incapaz de enfrentarse a una ficción tan realista, que descubra de dónde salen sus filetes, sus huevos, el paté o la pasta de dientes que normalmente usan. La sorpresa sería mayúscula, y esa complicidad en las atrocidades que sufren los animales sí necesitaría de varias botellas de oxígeno. En fin, a lo que íbamos.
Noé comenta que sufrió los primeros efectos de las drogas al ver con 6 ó 7 años “2001: una odisea en el espacio” (Kubrick) y que después de ver “Perros de paja” (Sam Peckinpah), “Fox and his friends” (Fassbinder), “Los Olvidados” (Buñuel) -su película favorita cuentan-, o “Salò” (Pasolini), decidió que algún día devolvería el impacto de esas películas haciendo alguna que dejase peor al espectador de lo que él quedó tras verlas. Y doy gracias por ese afán vengativo porque lejos de ser gratuito es tremendamente revelador de la condición humana, de la moral humana. Y no, rotundamente no, Noé no es un salvaje, no es un enfant terrible ni un vanguardista con pretensiones epatantes, es un tipo primitivo, tanto que es inevitable colisionar con el maquillaje moral que nos cubre a la mayoría, un enfant de las cavernas en todo caso se ajustaría más al modo que tiene de encarar una película. Noé exige al público desnudarse física y mentalmente, liberarse de cualquier prejuicio moral o ético y eso es un precio que nuestras costumbres o nuestros atrofiados sentidos no están dispuestos a pagar. Es lógico que alguien que busque en una sala una evasión de la realidad se tope de bruces con taglines tan contundentes como “el tiempo lo destruye todo”, “vivir es un acto egoísta, sobrevivir una ley genética”, “trabajar es para los esclavos”, “la vida es aquí y ahora” o “la muerte no abre ninguna puerta”. Imagino que enfrentarse un viernes noche sin previo aviso al Philipe Nahon de “Seul contre tous” puede resultar cuando menos, inquietante, pero si conseguimos ver más allá de la ficción sí podríamos sacar en limpio un puñado de inquietudes que nos resultarían familiares, pero claro, sentirse cercano a Nahon es algo que cuesta admitir aunque resulte paradójico que por ejemplo con Travis Bickle o Dexter no pongamos peros, incluso en el caso del segundo la empatía es automática, ¿dónde está la diferencia?.
Con “Enter the void” Noé cierra un círculo, tengo la sensación de que ya no puede hablar más de la angustia humana. El zumo de la inadaptación está completamente exprimido. La erosión de la personalidad de Nahon o Vincent Cassel (Marcus en “Irreversible”) se apropia incluso del cabal Albert Dupontel (Pierre en “Irreversible”) cuando satisface su frustración a golpe de extintor, dar uno sería humano, repetirlo hasta hacer papilla una cabeza lo convierte en un animal, curioso ¿no? Pierre es el límite, y eso que poco antes de dicha escena alertaba a Marcus que no somos animales, que ni ellos utilizarían el ojo por ojo. Podemos vestirnos con la moral que queramos pero no hay disfraz posible a la hora de esconder nuestros impulsos o instintos más primarios. Noé hace películas porque no visita a un psicoanalista y en ellas ha ido desgranando a través de sangre y esperma el por qué de sus peinados. Tanto en “Carne” como en “Seul contre tous” el discurso es verbal, la segunda es continuación de la primera y el hecho de que “Irreversible” levante el telón con Philipe Nahon, un piso más arriba del Rectum, hablando de nuevo de su hija une la historia y entrelaza ese mundo caótico que la persecución de “Irreversible” va narrando poco a poco con un discurso más físico, más visceral. “La venganza es un derecho de los hombres” es el tagline que mejor resume la redención de los habitantes de ese mundo.
En “Enter the void” no aparece Nahon y no se le echa de menos o yo al menos. Entiendo que la angustia existencial debía pasar a otro plano y ese plano ya debía ser la muerte, el final del túnel, esa figura arquetípica que ha ido apareciendo en todas sus películas de una u otra forma, como él dice “como casi todos, vine a este mundo a través de un túnel rojo y húmedo”. El discurso en “Enter the void” es astral, aunque Noé no pretende transmitir la idea de una vida después de la muerte sí le dedica dos horas y media de viaje alucinógeno y tampoco regala ninguna frase totémica. Simplemente sitúa al espectador en ese viaje que supuestamente acontece cuando el espíritu abandona el cuerpo. Aunque volvamos a ver a una mujer embarazada (para él símbolo de angustia por la fragilidad), de hecho aquí vemos el feto, en una de las escenas más atrevidas que haya filmado nunca, no hay más preocupaciones afines al pasado. Oscar (Nathaniel Brown) muere, y sobrevuela durante dos horas y media su pasado y el presente de su hermana Linda (Paz de la Huerta) o de Alex (Cyril Roy). No hay más, incluso el final es ambiguo y no queda claro si hay o no reencarnación y de haberla si es o no a través de su madre o de su hermana. Es un viaje lleno de referencias a “Tron” (Steven Lisberger), “Un viaje alucinante al fondo de la mente” (Ken Russell), la inevitable “2001: una odisea en el espacio” (Kubrick) o hablando de libros “Las puertas de la percepción” (Aldous Huxley) , “El libro tibetano de los muertos” o la obra de Carlos Castaneda aunque lo considere un mentiroso, con un juego de cámaras cenital como ya utilizó en la secuencia de la detención en el Rectum de “Irreversible”. El desafío en esta película, como él defiende, es más técnico que interpretativo. El guión no gira aunque le haya llevado 20 años transcribirlo, porque “Enter the void” ya la tenía en mente antes de comenzar “Irreversible”. Y el resultado es hipnótico, alucinante, adictivo, magistral. Trasladar la percepción sensorial que uno pueda tener después de consumir setas, lsd o ayahuasca es realmente complicado sobre todo si no tienes un referente en tu currículum al que agarrarte, yo no lo tengo, pero Noé sí y si ha quedado satisfecho del resultado podemos creer que si hayamos estado de cerca de palpar esa sensación. Eso es lo más perturbador de la película, no es violenta, dos horas y media en un tokyo laberíntico en las que te asaltarán preguntas del tipo: “¿Pero qué coño y/o cojones es esto?, ¿Por qué es tan larga?, ¿Por qué hay tantos colores?, ¿Por qué se mueve todo tanto?, ¿Por qué por qué?”
Hay quién dice que a la película le sobran 40 minutos. En mi caso debo confesar que tras el primer visionado interruptus, la he vuelto a ver dos veces más porque a ti no sé, pero a mi preguntarme cosas siempre me ha gustado. A découvrir absolument!
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