Porque es la más auténtica road movie americana de todos los tiempos.
Porque es como una película para ver en el autocine dirigida por un autor francés de la Nouvelle Vague.
Porque lo único que puede entrometerse entre un chico y su obsesión por los coches es una chica, y Laurie Bird desarma perfectamente la unidad entre el Conductor, el Mecánico y su coche.
Porque Dennis Wilson lleva a cabo la mejor interpretación de un conductor jamás hecha.
Porque James Taylor parece un refugiado salido de una película de Robert Bresson.
Porque una vez un Dios llamado Warren Oates caminó sobre la Tierra.
Porque hay una prolongada controversia sobre quién lleva realmente las riendas en esta película. Hay diferentes posiciones. Algunos dicen que es el Chevy modelo ´55; otros, el Gto.
Porque tiene el final más puramente cinematográfico de la historia del cine.
Porque es como un western. Los tipos son como los viejos cowboys, listos para vencer al pistolero más rápido del pueblo. No hablan de viejos esplendores, más bien de viejos coches que tuvieron.
Porque Warren Oates tiene un suéter de cashimira diferente para cada ocasión. Y, por supuesto, un minibar en el maletero.
Porque al contrario de otras películas de la época, con una alienación preestablecida de la cultura de la droga y de quienes protestan contra la guerra, la película se ocupa de la alienación de todos los demás, como America Comes Alive, de Robert Frank.
Porque Warren Oates, como gto, pide una hamburguesa y un Alka Seltzer y dice cosas como “Todo está yendo muy rápido y no lo suficientemente rápido”.
Porque es la última película de los 60, aún siendo de 1971, y a la vez la primera de los 70. Ya saben, la época de las películas estilo “¿Cómo demonios pudieron hacer una película así en un estudio?/ Hollywood nunca haría eso hoy”.
Porque nunca sonaron mejor los motores en una película.
Porque estos dos jóvenes en su viaje a ningún lugar en realidad no saben hablar. El Conductor no conversa cuando está al volante, y el Mecánico no habla cuando está arreglando el coche. Así que se trata de una experiencia sobre todo visual, atmosférica. Verla correctamente implica ser absorbido por ella.
Y, lo más importante, porque
Two-Lane Blacktop se mantiene fiel a sí misma hasta el final. Y eso es algo raro en el cine; una película completamente honesta.