"... para practicar de este modo la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada... una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y, en todo caso no hombre moderno: el rumiar. "
Recupero estas palabras de Nietzsche de "La Genealogía de la Moral" porque valen más que cualquier crítica que pueda escribir. En realidad la consideración moral de las vacas por parte de Nietzsche no dista de ese episodio de iluminación tras ver un burro en el ya citado pasaje de Dostoievski en "El Idiota".
“Au Hasard Balthazar” es el mejor reflejo de la miseria animal humana, porque aunque el burro Baltazhar no es humano, es un animal como tú, como yo y como el vecino del quinto. Es decir, es un ser con la fea costumbre de querer comer y beber todos los días, un individuo con necesidades tan extravagantes como necesitar cagar y mear tranquilo, con necesidades sexuales que le lleven a querer follar de vez en cuando y de cuando en vez, y con una incomprensible respuesta a los estímulos que le sumen en el terror al escuchar la explosión de unos petardos, a rebuznar cuando reconoce a uno de sus maltratadotes, a temblar cuando está cubierto de nieve o a buscar cobijo cuando consigue deshacerse de otro de sus “dueños”. Dentro de sus aspiraciones existenciales, un burro es un ser descabellado, culpable de pretender crear clanes aunque no sean de su especie (véanse las ovejas). Y que por extraño que parezca, se echa a correr cuando le queman la cola, o agacha la cabeza cuando alguien le acaricia, hablamos de un objeto capaz de reír o de llorar. Qué desfachatez.
El valor de esta película reside en que Bresson otorga los mismos privilegios a los animales humanos que la interpretan que a Baltazhar, un burro. No crea fisuras en el tratamiento porque no distingue diferencias entre dos individuos por su especie. Es decir, Bresson se toma en serio a Baltazhar, de ahí que no buscase un burro adiestrado para hacer la película, buscó a un burro sin más, no busca el antropomorfismo del animal no humano, busca la misma honestidad que en un actor primerizo o inexperto. Y si se ha alabado en multitud de ocasiones el humanismo en el cine de Bresson hay que quitarse el sombrero ante su sorprendente animalismo, su inteligencia y su empatía.
La película, dice Godard, “es la vida en 90 minutos”, y Marguerite Duras añade “no es un film intelectual, es un film total; es tan sensorial como pensado”. “Au Hasard Balthazar” es un rodillo que aplasta las supuestas bondades que el intelecto podría brindarle a los animales humanos, y que mejor espejo para reflejar esa erosión existencial y espiritual que la vida de un burro, la pureza de una mirada que trasciende ese universo por el que se mueven los animales humanos, un universo en el que sólo importa el beneficio, el que dirán, la codicia, la tiranía, la perversidad y la maldad con todas sus caras. Una mirada que sólo encuentra complicidad en los ojos de un elefante, un tigre, un oso, un chimpancé y en Marie, cuya existencia corre muchas veces paralela. Un mundo en el que incluso un animal no humano capaz de multiplicar no conseguiría borrar su consideración moral, la de objeto, a ojos de los animales humanos. Tan sólo hay tregua en la infancia, en el nacimiento de un animal no humano que incluso es bautizado, en la época de los terrones de azúcar y las caricias, y tregua también en el final, en una de las escenas más bellas que servidor haya visto en una película, porque la belleza, si es belleza, duele. Y todo abrazado con las notas de Shubert.
Como diría Nietszche, rumien esta película, no la vean. Rebuznen, añado yo, si no quieren quedar retratados.